▌My ashtray heart » Moira.

Moira I. Kavanagh × 23:55 PM × Gala Bithaen.

Separarse, por la cantidad de gente que había en ese recinto, era más que factible que sucedería, y no porque se fueran a perder el uno con el otro, sino que había más de una persona que conocías, y ellos te retenían para hablar o bien eras tú el que le tomaba el brazo y llamaba su atención para que pudieran hablar de trivialidades, y otras no tanto. Fue el caso de Jethro y Aimée, ambos separados pues ella, como bien sabía el irlandés, tenía un par de amigos por ahí repartidos en el mundo que era la gala, así que el saludarlos no era una cosa que podía olvidar y no hacer por más que fuera o no correcto para cualquiera. Jethro, por otro lado, no tenía intenciones de ver a nadie o buscar a alguien en especial. A la única que quizás podría interesarse en saludar era a Bonnie y para saludarla por su premio, nada más, pero eso se apagó en el mismo instante que apareció, ya tendría la oportunidad de hacerlo cuando la búlgara no estuviese tan rodeada de personas, y Chiara junto a Isabel eran harina de ese mismo costal.

En su mano potaba una copa de vino llena, la quinta de la noche pero para él era como la primera, no tenía efecto alguno sobre él esa bebida y por eso se podía dar el lujo de consumirla a gusto. Era un bebedor y eso nadie se lo quitaría. Se apartó, entonces, del salón principal y de la pista de baile, estaba a un costado de la segunda y buscaba un asiento en el cual caer, ya el cansancio del día comenzaba a pesar en su espalda y no era para menos. Y eso que todavía ni siquiera había bailado. Encontró una mesa vacía con dos copas vacías, pero sucias, sobre ella. Había sido desocupada hace muy poco, aprovechó eso y fue a tomar asiento en uno de esos lugares mientras dejaba la copa a un costado de las otras dos. Lo bueno es que esa parte daba al jardín, por lo que pudo sacar un cigarrillo, que tanto necesitaba, y comenzar a fumar con lentitud, disfrutando del trabajo que bajaba por sus pulmones. Pero no se dio cuenta que el cenicero estaba casi lleno.— Maldición —susurró con el cilindro entre sus labios.

Los zapatos estaban matándola. Y no es que Moira no estuviera acostumbrada a los tacones, porque de vez en cuando los usaba, pero ya llevaba con ellos más de dos horas sin descanso alguno y no, definitivamente ya no podía más. Se la pasaba sentámdose y volviendo a ponerse de pie cada cinco minutos. Presintió que se veía ridícula y llegó el momento en que recargó la espalda contra la pared y, procurando ocultar todo muy bien con ayuda de la falda del vestido, se quedó descalza, cubriendo sus pies entre los pliegues de la tela que ahora rozaba el piso por la falta de estatura. La rubia respiró aliviada, aunque estremeciéndose por lo frío del suelo contra las plantas desnudas de sus pies. El resfriado que la asaltaría después poco le importó, al fin estaba descansando un poco. Pero como siempre, Séverine no bajó la guardia y terminó descubriéndola. Moira no supo inventar ningún pretexto y por eso mismo su mejor amiga la mandó a buscar un lugar para descansar debidamente.

La swaney suspiró, acatando sin rechistar en cuanto volvió a calzarse los tacones. No obstante, su complejo de orden y limpieza se activó cuando notó que los meseros estaban dejando áreas sin recoger. Frunció un poco el ceño. Seguramente los meseros contratados ya tenían bastante trabajo, así que ayudarles no le haría mal ni a ellos ni a Moira, así que tomó una bandeja de por ahí y comenzó a meter en ella copas ya usadas y vacías, así como ceniceros a medio llenar y platos sucios. Nadie le prestaba atención, así que no se preocupó. Llegó a otra mesa y no se fijó quién estaba sentado ahí sino hasta que dejó las copas dentro de la bandeja y escuchó una maldición que no iba libre de cierto acento irlandés. Moira sonrió cortésmente. —Buenas noches, Jethro —saludó a su compañero de banco en Física II. Se fijó en lo que lo aquejaba y rebuscó en la bandeja—. Oh, espera. Creo que tengo uno vacío por aquí... Ah, sí. Aquí tienes —dijo, poniendo el nuevo cenicero sobre la mesa—. No sabía que vendrías a la gala. Nunca pensé que te gustarían —comentó con sinceridad. Tomó el cenicero lleno y lo metió a la bandeja—. ¿La estás pasando bien? —preguntó, regalándole otra pequeña sonrisa.