A. Lêo ID.

Una mirada vale más que mil palabras, dijo un tipo desconocido cuya importancia en un futuro próximo aumentaría para describir al casi 14 por ciento de la población mundial. Es antisocial. Pero antisocial por el mero hecho de apenas hablar. Expresivo a más no poder, aunque no llega a dramatizar con los gestos de su cara. Las personas cuya relación es más abierta con él saben que es un chico un tanto cínico y sarcástico. No es de broma fácil, se retuerce mucho los sesos para hacer gracia al personal. Y no, queridos lectores, no suele hacer la gracia muy a menudo. Muy en el fondo admite ser sensible, pero no lo admite abiertamente. Otro aspecto que tampoco admite es su desviación sexual. Siempre buscando términos y frases como ‘no, yo soy humano, ¿es que no puedo enamorarme de la personalidad de alguien?’. Cuando sufre alguna putada, la devuelve. Y la devuelve a lo grande. Sí, es vengativo a más no poder, y nadie en su sano juicio puede dejarle en vergüenza, ya sea delante de los demás como en la soledad. De todas maneras, sabe lo que hace, sabe que está mal y no se inmuta en absoluto. Es más, llega a parecerle incluso placentero. No le digas lo que tiene que hacer, porque te mandará a tomar viento. Tampoco presumas de lo que tienes, porque te dirá de lo que careces. No soporta la niñería, la inmadurez, los típicos problemas hormonales relacionados con el amor, el sexo o quién sabe. Aunque no hable, déjate llevar por su mirada penetrante. Seguro que te cautivará, o quizás llegue a asustarte.

A pesar de todo, no es una piedra. Sabe sonreír, parecer simpático, pero solamente es una apariencia, no quiere llegar a simpatizar con el mundo. Como dijimos antes, prefiere llevar a su terreno el significado de lo realmente sarcástico e irónico. En el amor, irremediablemente, resulta ser un imán para todo aquel que se pare delante de él. No por nada, quizás sea por su rubio albino o por su mirada cristalina, pero lo último que prefiere hacer es atraer a cualquiera a la primera de cambio. Quizás, a no ser que vea a alguien lo suficientemente interesante como para jugar con ella, o para tortuarla mentalmente, por lo demás no suele dejarse llevar. Más que otra cosa, gana enemigos con las palabras, y no con los puños. Algo que ha aprendido es que la elegancia le pega mil patadas a lo demás, y lo puede demostrar, tanto en su manera de vestir como en su comportamiento. Totalmente independiente, resbaladizo para todos y triunfador, siempre se sale con la suya, ya sea por métodos vengativos, rencor o por simple trabajo y esfuerzo. Por ello, Lêo trata de ser lo más 'eficiente' posible, siempre y cuando pueda permitirse unos lujos por el colegio, y es verdad.

Por último, cabe destacar el trato con su familia. No es muy buena, que digamos. Transmite rencor hacia su padre desde bien pequeño. Tanto a su madre como al joven, ha sido el más severo, crítico y falto de empatía. ¿Desgracia? Infortunio. Pero es lo que hay, trata de alejarse de él, Nightove University, a pesar de todo, es su segunda casa -primera, si nos arriesgamos a decir- y antes que volver a su casa prefiere hibernar allí o convertirse en un fraile. Con los demás -tíos, primos y abuelos paternos- suele mostrarse muy reacio. En cuanto a la familia de su madre, puede mantener un trato más cálido y es más simpático. El instinto maternal lo destaca, a pesar de que ella ya no esté con él. Y hasta aquí una reseña de lo que Lêonard ve a través de sus hijos y trata de reflexionar en su interior.

▲ Gustos: La música alternativa, el rollo cincuentero y setentero, el chocolate, las camisas (es muy fan de las camisas), el cine europeo, el género de suspense y misterio, la gente sin estereotipos, el otoño, la comida casera, el olor a café recién hecho y a hierba, el mar y los animales domésticos (se decanta más por el gato).
▲ Disgustos: La hipocresía, el no-ser-uno-mismo-por-miedo-a-que-me-peguen(ismo), la comida rápida, los payasos, las plantaciones de hoja caduca, el verano, la música electrónica capaz de dejarte sin oídos, el humor absurdo y poco voraz, la saga de Cincuenta Sombras de Grey (cofcof), y un largo etcétera.
▲ Debilidades: Los ojos verdes, una perfecta sonrisa, los vinilos, que lo miren a los ojos durante mucho tiempo, sus propias clavículas.
▲ Fortalezas: Sabe cómo actuar ante un público diferente, tiene las ideas muy claras y no le resulta un problema decirlas a pesar de ganarse una masa de votos en su contra.
▲ Manias: Carraspea mucho entre frase y frase cuando está inquieto o nervioso y juega siempre con sus dedos mientras está escuchando a alguien de su entorno.
▲ Fobias: Está superando su agorafobia, puesto que en un futuro tendrá que representar a toda una nación.

Podemos empezar por el enternecedor encuentro entre mis padres, Gustav y Bárbara, hace veintidós años, bajo el techo de una tienda de música bastante prestigiosa en Oslo. Ambos juntaron sus manos para agarrar el mismo vinilo que ambos querían poseer. Sí, fue cuestión de gustos, por lo que parece ser. ¿Era es destino? Quizás, aunque yo no creo en esas estupideces. Además, no me he tomado la molestia de escuchar su historia, y eso que ha habido intentos e intentos en reuniones de familia y derivados. Pero sí que me acuerdo de datos desternillantes, como cuando papá le confesó a mamá desde una barca que estaba locamente enamorado por ella, y que por consiguiente cayó desmayado al agua y tuvieron que llevarlo al hospital para que lo curasen. Al final se salvó, pero de un pelo. Creo que aquello fue el detonante de un matrimonio asegurado. Vamos, ni yo podría hacer tan el gilipollas para declararme a una chica. Pero lo importante ahora es mi nacimiento, no su joven y loca historia de amor.

Antes, me gustaría presentarme. Mi nombre es Antön Lêonard Copperfield, pero he tenido el placer de concebirme como "Lëo", simplemente. Una palabra más será penalizada con una patada en la boca. Nací un 14 de febrero en Oslo, Noruega, pero un año después me mudé a Suecia, una de las atracciones principales de Europa si es que de verdad te gusta pasar frío en invierno. Es irónico, nacer el día de San Valentín. Precisamente no soy el prototipo de hombre romántico, lo he demostrado desde la infancia incluso. Mis padres no han cesado de mimarme, hay que admitirlo, pero es lo típico cuando perteneces a una clase acomodada y a una familia prestigiosa. Tuve una infancia decente, no podría quejarme ni yo. Aunque admito que abusaba bastante. Admito que era un ser egoísta y caprichoso que quería juguetes y más juguetes, pero supongo que eso ya no importa. Todo lo importante comienza a los once años, cuando me admitieron a una de las mayores instituciones de varones de toda Europa, cuyo núcleo se encontraba en la capital londinense. Fue irremediable, y mis padres me forzaron a ir, apropiándome de mi inglés básico para defenderme extramuros. En esos momentos hubiera deseado que mi madre me enseñara más del anglosajón.

El ambiente en aquel lugar no era para nada agradable. Por un momento no me imaginaba tanto retorcimiento de sesos entre ellos y tanta lucha física e intelectual. Entonces, ¿me tenía que sentir como uno de ellos para ser alguien? ¿O era preferible sentar una personalidad a mi gusto, sin importarme defraudar mi institución dentro del colegio? Pero me decanté por lo primero. Pobre de mi, del que se llevaba las hostias. De aquel que intentaba integrarse pareciendo lo que no era, y al fin y al cabo no conseguía ni el cuarto de lo que quería. La muerte de mi madre llegó a marcarme en mi cuarto año de estancia. Era importante para mi, muy importante. Era injusto que se llevasen a ella y no a otro maníaco que ahora seguiría cometiendo actos vandálicos como su asesinato. Mi padre me contó que fue justo al salir de un teatro, por la noche, junto con unas amigas. Sus acompañantes también sufrieron la muerte. Entonces aprendí que la violencia, a pesar de que engendrase más de ella, era necesaria para dejar clara las cosas. ¿Qué coño? Era la única manera, las palabras no servían en ninguno de los casos. Sufrí una transformación de casi 360º. Las palabras sobraban, las miradas eran mi principal atracción. En realidad, lo son. Hasta mi penúltimo año de estancia en aquella escuela, he aprendido que sobra todo esfuerzo inútil. Pero todo sigue en constante cambio; y con esta ideología llegué al fin de mi estancia, obteniendo unas magníficas notas. ¿Cómo? Dejando de parecerme a los idiotas condescendientes de la institución y ser alguien por mí mismo: autoritario e inflexible, pero comprensivo.

Entonces me recomendaron una universidad, llamada Nightove. Mis mayores no dejaban de decirme que era el lugar idóneo para cursar lo que había querido hacer desde un principio: Ciencias Políticas. Al llegar, fui adherido al grupo Reaben, los "príncipes" del campus. ¿Desde cuándo he tenido pinta de hombre perfecto para las mujeres? Aparta, aparta, a ellas ni agua. Aun así, pude ver mucha afinidad entre los miembros y por ende, no me desagradaba en absoluto. Actualmente siento cómo se abren puertas a lo que realmente quiero, y estoy cada vez más convencido de quién soy. Voy abandonando esa faceta malvada para aparentar ser una mejor persona en un futuro. Y hasta aquí, y a más ver, mi historia.

▲ Familia:

• Padre: Gustav R. Scotvernot.
  
• Madre: Bárbara R. Copperfield. (se apropió de su apellido para rendirle homenaje)
  
• Hermano/as: Ninguno.
  
• Otros: Charles & Margharite Copperfield (abuelos maternos); Thomas & Flora Copperfield (tíos); Clara, Thomas & Neville Copperfield (primos). Son los más cercanos a Lêo.
  
  

▲ Se declara confuso con su sexualidad, aunque sin duda, se nota que le atraen más los hombres que otra cosa.